Cambio de Valores y Justicia Social



Datxu Peris y Rafa Tristán



La solidaridad y la compasión, al igual que el egoísmo y la violencia, son emociones básicas en los seres humanos. Actualmente, vivimos en sociedades consumistas hipercompetitivas donde valores como el egoísmo, el individualismo y la superioridad son premiados y ensalzados, mientras que valores como la solidaridad, la bondad y la ternura, son desdibujados hasta convertirlos en conceptos inocuos que tienen más que ver con la caridad que con la justicia social. De esta manera, las desigualdades y las injusticias se perpetúan, convirtiendo la vida en nuestras sociedades en carreras de fondo donde cualquier tropiezo, cualquier descanso para mirar el cielo o las estrellas o entregarse a los demás, puede suponer que quedemos excluidos o en soledad. A eso es a lo que llamamos violencia estructural, la de una carrera con unas reglas que no hemos elegido y en la que solo puede haber un ganador.

Esta colonización mental relacionada con los valores mercantiles, condicionan nuestras relaciones con el entorno y con los demás. Así, nos hemos convertido en seres depredadores y explotadores de nuestro medio, de nuestros semejantes y de los animales. Pero además, hemos construido un sistema, una máquina infernal con un movimiento perpetuo que se depreda a sí misma. Un economista llamado Schumpeter, que sin duda no era un antisistema, definió al Capitalismo como un proceso de destrucción creativa. Un sistema que se alimenta de guerras, de crisis, de muertes, para seguir creciendo. Un sistema que necesita que el 80% de la población mundial malviva para que el resto disfrute de comodidades y que hoy en día nos ha estallado en la misma puerta, provocando que uno de cada tres valencianos esté en situación de pobreza o exclusión social y en nuestro pueblo, Catarroja, el 25% de su población activa esté desempleada o sufriendo el hambre programada, los desahucios y la pobreza energética. 

Nosotras, que venimos de movimientos sociales, no venimos a renovar el escaparate político como si fuéramos candidatos-mercancía. No venimos a renovar este orden social injusto para que un elector-consumidor reproduzca el sistema que le explota. No venimos a integrar el conflicto en las instituciones sino a promoverlo. No venimos a invisibilizar los problemas ni a los perdedores y perdedoras sino a desarrollar mecanismos efectivos de participación para que se expresen. No podemos culpar a los ciudadanos y ciudadanas mientras no existan mecanismos reales de participación ciudadana que haga a todas las personas participes de las decisiones políticas, que nos haga corresponsables de ellas y que destierre para siempre a unas castas políticas y económicas que han secuestrado la democracia, que nos han gobernado sin presentarse a las elecciones y que han naturalizado la corrupción como forma de gobierno. 

De todas nosotras y nosotros depende construir una Catarroja plural, una Catarroja común, y de vivir, como dice Ada Colau, una primavera democrática.

En Curicó, mientras pronunciaba su discurso, una campesina se acercó y le besó la bastilla del pantalón, ante lo cual Allende reaccionó sorprendido.
“Compañero, yo no soy un Mesías, ni quiero serlo. Yo quiero aparecer ante mi pueblo, ante mi gente, como una posibilidad política. Quiero aparecer como un puente hacia el socialismo. Tenemos la responsabilidad de que eso no vuelva a ocurrir. Hay que golpear políticamente. Tenemos que hacer claridad política. No podemos llegar al gobierno. No podemos llegar a La Moneda con un pueblo que espera milagros. Tenemos que llegar a La Moneda con un pueblo que tenga conciencia. Tenemos que luchar hasta conseguirlo. Van a venir años duros, pues la construcción del socialismo no es cosa fácil. Cambiar este país no es un asunto de horas. Y una mujer que besa los pantalones o intenta besarle los pies, espera milagros que yo no puedo hacer. Porque el milagro tendrá que hacerlo el pueblo y no yo!” (Salvador Allende).

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