Las elecciones del odio

La extrema derecha no es la triunfadora de las elecciones andaluzas. Lo que triunfa es la normalización de su discurso y eso hace tiempo que viene ocurriendo y no solo en la derecha (el PSOE se ha hundido con sus redes clientelares, sus agencias de colocación y la candidata más a la derecha que podría encontrar). Apelar a la responsabilidad de los medios que llevan décadas posicionándose del lado de sus patrones es ingenuo. Ofrecer respuestas basadas en la soberanía nacional como forma de seguridad en tiempos de incertidumbre es la afirmación de la derrota, entrar en el marco del enemigo. Tampoco se trata de representación cuando el propio sistema representativo está en crisis (esperad a ver los resultados de Podemos en otros lugares, en Andalucía estaba la mejor candidatura). Ni las peleas sobre la diversidad ni la diversidad son responsables aunque los que plantean que la diversidad es un problema son un problema peligroso. Y los independentistas catalanes no pueden ser responsables del ascenso de la extrema derecha en Brasil, Hungría, Polonia, Holanda, Austria, Alemania, Italia, Finlandia, Croacia... sería ridículo. Más bien la ultraderecha ha encontrado acomodo en el relato oficial de los autodenominados constitucionalistas, cuyo discurso no se han diferenciado en nada del de la extrema derecha: han apoyado la suspensión de la autonomía catalana, la represión brutal del 1O, se han manifestado con ella por las calles de Barcelona y han aplaudido las acusaciones de rebelión o las prisiones preventivas de activistas civiles como Cuixart o Sánchez. Pero la ola reaccionaria es global.

Pero vuelvo a decir que lo que triunfa es la normalización de su discurso porque no es otra cosa que discurso de momento (por suerte! no tienen capacidad de organizar facios, ni marchas sobre Roma, aunque ahora se envalentonarán). Y ahí casi siempre nos ganan porque tienen el dinero para difundir el mensaje y el poder para difundir el miedo y el odio. Miedo que hemos ido acumulando en las tripas como el ave del encabezado. Miedo y odio que es lo único que les alimenta. Ni siquiera su discurso es antiestablishment, un partido que la primera medida económica que propone es eliminar el impuesto de sucesiones (o privatizar las pensiones): es puro odio a la inmigración (deportaciones), al feminismo (derogar leyes de igualdad), a trabajadores y trabajadoras (privatizaciones, tipo único IRPF...), a la izquierda (contra la ley de Memoria Histórica), al animalismo (blindar la caza y la tortura en los ruedos) y al ecologismo. Y el problema es que se ha querido jugar en ese terreno, el del discurso y los significantes vacíos: una maquinaria de guerra electoral, una candidatura atractiva y una apelación constante a los movimientos sociales, luchas sindicales y personas trabajadoras como parte de una patria incluyente. Pero una apelación únicamente representativa porque mientras esto se hacía las cúpulas se han ido cerrando sobre sí mismas. “Seguid con vuestras tareas y confiad en nosotros”, cuando la realidad es que la vía electoral era el resultado de unas luchas y no al revés. Ahora es una huida hacia adelante porque nadie va a reconocer que se ha equivocado.

Aunque tampoco nos equivoquemos. VOX es un partido de señoritos: en su mayoría hombres con rentas superiores a los 2.000 euros/mes y antiguos votantes del PP, de hecho la composición de sus líderes responde a su ala más reaccionaria, que se ha desgajado cuando la caja B ha dejado de dar para todos. La segunda gran victoria, después de la normalización del discurso es la de la abstención: la gente ha preferido quedarse en su casa. Una de las cuestiones principales de la debacle tiene que ver con el diseño de las instituciones y el marco europeo. Las confluencias en los municipios tienen poco margen. Las remunicipalizaciones, las políticas de empleo o la inversión han sido bloqueadas la mayoría de las veces por la ley Montoro o la Ley reguladora de las bases de régimen local. Llegamos al grito de sí se puede y se ha podido poco, algunas veces con excepción de ayuntamientos de grandes ciudades como Madrid y Barcelona que por su capacidad de financiación y recaudación han podido hacer políticas de vivienda o inversiones reales en los barrios. Pero en general, esa imposibilidad, a veces incapacidad y otras veces simplemente que no se ha querido, se ha traducido en desilusión, demovilización de los colectivos y las bases, y una degradación material continuada de las clases populares. No se han parado los desahucios, no se ha generado empleo o rentas de ciudadanía necesarias para frenar la precariedad vital y la incertidumbre de la gente joven. Y todo este fracaso se ha intentado ocultar haciendo carriles bici y pintando bancos de colores. Que no se me malinterprete, creo que la lucha simbólica o cultural es muy necesaria pero es inocua si no va acompañada de mejoras materiales. Además, sabemos que hacer carriles bici no tiene nada de simbólico con la crisis climática que atravesamos. Y ojo! critico a los ayuntamientos que sólo han hecho ésto, nunca a los movimientos que luchan por dar visibilidad o derechos a los colectivos aludidos. Así que lo que se critica es la cooptación simbólica, porque si el PSOE puede generar adhesiones de colectivos o minorías menos ideologizadas a través de su maquinaria propagandística y hegemonía cultural, para la izquierda transformadora es un suicidio político.

Obviamente, la llegada a los ayuntamientos de la extrema derecha, si se produjera, chocaría con las mismas limitaciones, lo que en principio puede parecer positivo. Pero esto no es así. Si la izquierda transformadora es incapaz de mantenerse en las instituciones sin mejorar la vida de las clases trabajadoras, a la extrema derecha le basta con apelar a la identidad nacional y a un supuesto destino universal para generar ese sentimiento de comunidad perdido. Es más, la extrema derecha española ni siquiera necesita maquillar su programa con medidas de tinte social (proteccionista o estatista) como hacen Salvini o Le Pen, el franquismo social e institucional que persiste le sirve de abono sin más. Si PP, C's y VOX logran formar un gobierno en Andalucía, el gran peligro son las próximas elecciones estatales.

¿Cómo responder? No hay recetas mágicas contra el desencanto global y la crisis ecosocial que se avecina. Pero hay algunas respuestas simples. Es necesario acercar a las personas explotadas, racializadas y a todas esas que sobramos al capitalismo. Si el poder ya no integra, si el Estado ya no incluye, tenemos que construir contrapoder y eso pasa por la autonomía más que por frentes unitarios electorales bajo un único mando. Y ese es un camino complejo, arduo y muy lento. Difícil con los tiempos acelerados de hoy. Pero es el único camino. Sindícate, ves a la asociación de vecinos que tengas más cerca, apoya a tus vecinos y vecinas, a los proyectos de vida alternativos. Pero hay que plantar batalla a todos los niveles: es necesario erradicar las desigualdades sociales, garantizar los servicios públicos, dar la batalla cultural y establecer una renta básica que garantice la base material que nos hace personas libres y sin miedo.

No hay que tener miedo a discutir sobre la UE, la globalización o la democracia. Y hablar de ello no implica necesariamente llegar a conclusiones nativistas como han hecho algunos líderes izquierdistas. Y por último, tiene que haber una salida justa a la crisis ecológica provocada por los ricos (casi la mitad de las emisiones mundiales las genera el 10% más rico), la transición no puede cargarse sobre las espaldas de las personas más débiles.

Y desde ya, pongámonos las pilas, no los dejemos entrar en los barrios.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Historias que no son todavía historia.

La rebelión de Silesia.

La Ecología Como Imperativo.