La Ecología Como Imperativo.
“La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando la ha conquistado se retira de ella. Deja atrás la sepultura de su padre, no le importa. Olvida tanto la sepultura de su padre como el lugar en que nació su hijo. Su apetito devorará la tierra y dejara detrás solo un desierto. La sola visión de sus ciudades llena de pánico los ojos del piel roja. Pero quizás es porque el piel roja es un salvaje y no entiende”. (Carta del indio americano Seattle). (http://es.scribd.com/doc/126455187/Ibanez-Jesus-Hacia-un-concepto-teorico-de-explotacion) |
1.
Introducción.
A diario somos bombardeados por los medios de comunicación y los todólogos
sobre la crisis económica y sus consecuencias sobre el crecimiento. Sin
crecimiento económico, repiten, no hay trabajo, ni sanidad, ni educación, ni
pensiones, ni siquiera las miserables becas Séneca. Pero esto no es todo, a
modo del Gatopardo, aquello de cambiarlo todo para no cambiar nada, promueven
únicamente dos sesudas salidas a la crisis (eso sí, con diferentes grados de
dolor!).
La primera de ellas, la mayoritaria, la de los recortes y la mal llamada
austeridad, los halcones del déficit que aprovechan para lanzarse a los
reducidos beneficios sociales de estados del bienestar subdesarrollados. Representados
por la comúnmente llamada Troika, las patronales y otros organismos financieros
internacionales se recorta el déficit, entendido y filtrado por una ideología
que lo considera consecuencia de un desmesurado gasto social (“vivimos por
encima de nuestras posibilidades”), y que con la excusa de promover el
crecimiento para volver al estado anterior, nos lleva a una lucha de clases
unidireccional, contra un ejército de ciudadanos sin defensas pero a la
defensiva a base de culpabilizarlos. Las consecuencias de esta receta se
resumen en, por un lado un reducido Estado social asistencial y por otro, un
hipertrofiado Estado represivo y policial, lugarteniente de una mano invisible
muy visible que aplasta cualquier tipo de organización popular.
La segunda de ellas es los restos de
un naufragio, los restos de una "época dorada" donde se sentaron las
bases de lo que ahora ocurre. Sus representantes, algunos economistas
keynesianos (Krugman, Stiglitz...), premios Nobel e intelectuales con sus
correspondientes sindicatos de pacto social (algunos de sus dirigentes acabaron
trabajando para la FAES), recomiendan invertir más para seguir comprando, que
siga el juego y que gane la banca. Un nuevo y tímido New Deal cuyos errores e
ingenuidades, un capitalismo de rostro humano, fue cómplice consciente o
inconscientemente de los crímenes que se cometían en la periferia de las
fortalezas (Wallerstein, Theodonio, Naredo...), cada vez más amuralladas, para
comprar un estilo de vida (¿cosmopolitismo? ¿filantrocapitalismo?) con pies de
barro, que se esfumó saltando por la ventana cuando la billetera se oligarquizó.
¿Sus consecuencias? Sin consecuencias más allá de haber dejado un bonito
cadáver para quien lo gozó.
Como vemos, ambas salidas abrazan al
Dios de las sociedades secularizadas, el progreso y su traducción económica: el
crecimiento. Adorno y Horkheimer ya nos avisaron en la "Dialéctica de la
Ilustración" sobre los mitos que ocupaban el lugar dejado por el
pensamiento mágico religioso: la ciencia, la razón y el progreso.
2. Fin de la Explotación.
Pero la deuda ecológica es una deuda
objetiva, y así, el mito del crecimiento, adornado en los dos modelos
anteriores como desarrollo sostenible, capitalismo verde, o eufemismos de
ecologismo para ricos, se enfrenta a su propio Frankenstein. Nuestro planeta,
la Tierra (nuestro antropocentrismo nos impidió llamarle Agua), como todo ser
vivo, como todo ecosistema, posee límites con los que inevitablemente choca el
capitalismo histórico y que hacen imposible generalizar el crecimiento (para
que pocos crezcan mucho, muchos tienen que crecer poco o simplemente convertirse
en Estados fallidos). La constante acumulación de capital, base de nuestro
sistema económico mundial se agota, la desmaterialización era un cuento, la
industria simplemente se deslocalizaba donde los costes eran menores
(externalizamos casi todo lo que nos perjudica a quien no puede defenderse).
Los recursos se agotan, el petróleo, el uranio, incluso el agua dulce. Y el ser
humano se enfrenta, siendo bondadoso, al decrecimiento controlado, la otra
alternativa es el colapso (Diamond), la barbarie, e incluso a la extinción.
Después de este pesimismo de la
inteligencia, Gramsci nos conminó a oponer el optimismo de la voluntad. Para
ello, la primera labor consiste en volver a unir nuestro porvenir, al de
nuestro ecosistema, la Tierra. En ese sentido se parte de una serena
convicción: nuestros problemas están motivados por la misma causa que provoca
la destrucción de la naturaleza: la explotación. Para Jesús Ibáñez, la
explotación, concepto denostado por los vencedores y causantes de la situación
actual, debía ocupar un lugar central en las ciencias sociales y como él
entendía la praxis, en la vida cotidiana. De esta manera, apuntaba tres
dimensiones diferentes que no dejaban de ser lo mismo: la primera, la
explotación del hombre por el hombre que transforma los fines en medios, las
personas en cosas; la segunda, la explotación de la naturaleza por el hombre,
la transformación del medio que le impide seguir funcionando como medio; y la
tercera, la explotación reflexiva, la explotación del sistema por el mismo sistema,
que transforma los medios en fines, producir por producir. Por lo tanto, el
objetivo político para construir un sujeto colectivo, capaz de llevar a cabo
los cambios que hagan posible el fin de la explotación, debe girar en torno a
estos tres ejes, que a la postre, no son más, ni menos, que -1- la democracia
social, basada en una política asamblearia (el Parlamento es una asamblea
aunque no lo parezca y esté secuestrado) y participativa (no de manera
retórica, deben existir cauces de decisión real, como las asambleas comunales,
barriales, vecinales... crear poder popular), -2- la democracia económica que
conlleva diferentes formas de propiedad como la autogestión, el cooperativismo
o la propiedad social (con el objetivo de desaparición de las desigualdades -no
de las diferencias- y las clases sociales) y por último, -3- la democracia
ecológica que sería el buen vivir (Gudynas) en el sentido de descomplejizar las
relaciones sociales y económicas globales y al mismo tiempo desmercantilizarlas
revalorizando así los valores de uso sobre los de cambio (Harvey), así como el
reconocimiento social y cultural que promueva códigos de conductas éticas e
incluso espirituales en relación con la sociedad y la naturaleza y una visión a
largo plazo.
3. La Dictadura Poscarbono del Ecoproletariado
Internacional.
Aunque este concepto
(reconceptualizado) tiene connotaciones marxista-leninistas (o
marxista-lennonistas), creo que sigue siendo el indicado a la hora de pensar en
la emancipación social y el fin de la explotación y por tanto necesario para
construir un sujeto colectivo capaz de llevarla a cabo. Pero está claro que no
es más que un concepto teórico, que hoy por hoy no podría utilizarse
políticamente, pero que es necesario comprender.
El Imperialismo es necesario para
que el capitalismo supere sus contradicciones internas. En las próximas
décadas, las contradicciones de clase se agudizarán, debido a la imposibilidad
física de crecimiento económico, y serán éstas las condiciones objetivas y
materiales que llevarán a la dictadura del proletariado, que al contrario de lo
que predijo Marx, no tendrá que gestionar el paraíso comunista de la
abundancia, sino planificar la distribución igualitaria de la escasez material,
buscando la riqueza y el bienestar social.
Si el Estado es la objetivación de
una correlación de fuerzas (Althusser, Balibar) y se asienta sobre ella, es
necesario utilizar esa herramienta una vez el ecoproletariado se convierta en
clase hegemónica. En este proceso constituyente, que es el socialismo o dictadura
del proletariado, el régimen jurídico burgués, es sustituido. Teóricamente,
esta etapa nos conduciría a la desaparición del Estado, que coincide con la
desaparición de las clases sociales, al no ser ya necesario como poder de clase
(eso no significa que se eliminen las instituciones de decisión y desarrollo de
lo Común). Si el comunismo es la gestión del común y la apropiación colectiva
de los medios de producción, la ecología política es el comunismo mismo. Para
que no suene anacrónico, solo hay que sustituir la dictadura del proletariado,
por la democracia del proletariado, como el parlamentarismo burgués actual no
es más que la dictadura de la burguesía (Marx, Lenin, Zizek...), y después
sustituir proletariado por excluidos, explotados, marginados, damnificados por
el cambio climático (Ranciére). Pero ese sujeto aún no tiene relato.
Volviendo al marxismo, el desarrollo
de las fuerzas productivas no tiene por qué ser lineal desde un modo productivo
dado (Marx aclaró que no era marxista, seguramente como crítica a los que
tomaron sus análisis sobre Inglaterra como dogma o como ley, de una teoría
comprensiva se hizo una teoría teológica). Si al capitalismo le da lo mismo
producir cañones o mantequilla, en el ecosocialismo, la sociedad debe preguntarse
colectivamente qué y para qué, según sus intereses. Y esos intereses, al
introducir la variable ecológica en la vida cotidiana, supone volver a la idea
de la revolución mundial, ya que el ecologismo es inevitablemente
internacionalista. De todas formas, es necesario aclarar el cuestionamiento de
la idea de progreso, lineal y mecánico del materialismo histórico, como de
hecho ya llevó a cabo W. Benjamin, en esa preciosa metáfora que contraponía la
visión de la revolución marxista, como locomotora de la historia, para verla
realmente como el freno de emergencia de ese tren que nos llevaba al abismo
(aunque no se puede olvidar la herencia tóxica sobre la que se construiría la
nueva sociedad).
Para Santiago Alba Rico, hay una
línea media, esa que se ajustaría al buen vivir, donde el hambre es superada
por la sociedad. Por debajo de esta línea se sitúan los desposeídos, los
marginados, los excluidos, “donde la hambruna disuelve todos los lazos sociales
imponiendo el canibalismo, amenazando la supervivencia de individuos
enfrentados entre sí”; pero por encima de esa línea hay más hambre, “demasiado
siempre quiere más” y esa voracidad se come todo lo que encuentra a su paso.
Solo tenemos que recordar a nuestros
abuelos, aquellos que eran capaces de plantar, cuando se acercaban sus últimos
días, una higuera a la puerta de la casa de la aldea. Ellos sabían que no iban
a disfrutar de su sombra ni de sus frutos, pero habían aprendido a ver más allá
de su vida, a dejar para sus hijos y las generaciones siguientes ese disfrute,
el fruto de su vida, legando más de lo que en su vida habían recibido. Ese es
el camino.
Cuanto echaba de menos tus ideas. ¡Chapó!
ResponderEliminarAmperiosS