No, la Historia no nos Absolverá.
"...Los ellos no tienen los mismos derechos. Durante muchos siglos Europa logró mejorar la vida de sus obreros y de sus mujeres, pero ¿con qué? Con todas las rentas que venían de las colonias, del saqueo de los recursos naturales. Al inicio del siglo XIX en Europa emergía un derecho laboral que protegía a los trabajadores. En ese mismo momento, en el otro lado de la línea, en las colonias, era derecho penal, trabajo forzado. Esta dualidad es tan abismal que la gente no la ve, parece que nuestros derechos humanos son universales, pero están en vigor sólo acá. Del otro lado de la línea, no..." Boaventura S.S.
Ayer oí la historia de una familia, que podía haber sido la nuestra... pero sucedió en tierras afganas, turcas y griegas, maltratadas por guerras y tiranos o chantajes económicos, desde dentro y desde fuera, donde el miedo está siempre presente y la huida es la empresa más habitual.
“Tres armas le apuntaban al rostro por primera vez en su vida.
Mientras sentía cómo se le aceleraba el corazón, Kaled pensaba en
el futuro de sus hijos para no dejarse amedrentar. Pese a esa
amenaza, pese al terror que interrumpía su cena, noche y sus vidas,
no conseguirían hacerle ceder para que se enrolara con los
talibanes. Trataba de convencerse y se armó de valor por ellos,
Nahir y Qamra, de 6 y 2 años, que observaban asustados cómo
encañonaban a su padre sin entender por qué.
Un més después, un arma volvía a apuntar a Kaled. De nuevo en su
casa, de nuevo ante su familia. Esta vez, los muyaidines de Al-Qaeda,
amenazaron con matarle, violar a su mujer y llevarse a sus hijos como
esclavos si tenían que volver a por él. Por segunda vez en su vida,
Kaled vio peligrar sus principios, su vida y la integridad física de
su familia. Pero confió en que la pérdida de fuerza y poder de
Al-Qaeda en su pueblo acabara con las irrupciones y coacciones en su
hogar. Tratando de disimular su miedo, abrazó a sus hijos y les
prometió que esa gente nunca volvería. Kaled ya no se sentía
seguro en su hogar, las dudas le asaltaban continuamente, el peso de
la responsabilidad que asumía sobre su familia no le dejaba dormir,
y a menudo conversaba con su mujer sobre posibles viajes sin retorno
a tierras seguras donde sus hijos crecieran felices. Habría que
arriesgarse, dejar atrás su trabajo, su gente, su sus raíces, para
alejarse también del terror que convirtió su rutina en pesadilla.
Pero apenas un mes después, antes de que pudieran tomar una decisión
meditada, las armas irrumpieron de nuevo en el hogar de Kaled, Amira
y sus pequeños. Esta vez, los talibanes venían dispuestos a cumplir
sus amenazas, y mientras obligaban a Kaled a permanecer arrodillado,
siendo testigo de sus consecuencias y llorando su sentimiento de
culpa, cuatro hombres sujetaron a Amira, que, consciente de lo que
iba a ocurrir, trató de mantenerse firme, serena y fuerte por ella,
por su dignidad, por su marido, por sus hijos, mientras uno de ellos
la violaba. Su cuerpo fue invadido, también por el pánico, pero su
mirada reflejaba dignidad y valentía. No les daría el placer de
gritar, llorar y suplicar. El terror transformó aquella habitación
donde hasta entonces la familia comía, dormía y jugaba, en su
expresión más cruda, para mantenerse siempre presente en la
intimidad del hogar, para impregnar cada objeto cotidiano de la
violencia que esa noche atravesó sus vidas.
Los talibanes decidieron que ya habían dejado claro el mensaje y se
alejaron. Entonces sí, Amira se atrevió a llorar y compartió las
lágrimas con su marido y sus hijos, que, abrazados a la luz del
fuego, rezaron agradecidos por seguir vivos. Aquel suceso aceleró la
toma de decisiones y pocas horas después ya habían comenzado su
huida, con lo poco que tenían y podían llevar consigo.
Tres meses y 5.000 kilómetros después de haber salido de Ghazni y
atravesado Irán para llegar a Turquía, tras negociar con los
traficantes un precio menor para Nahir y Qamra, consiguieron subir a
dos embarcaciones que les llevarían a las costas griegas. Cuando se
disponían a subir, fueron separados con frialdad e indiferencia,
como el ganado al que nadie pregunta junto a quién quiere viajar,
como meras mercancías. Lleno de angustia, Kaled cogió de la mano a
Nahir y subió a una de las barcas, mientras Amira llevaba en brazos
a Qamra y subía a la otra. Cada barca llevaba más de 300 personas
asustadas como animales enjaulados.
Cuando se acercaron a las costas griegas, unos focos iluminaron las
aguas en busca de posibles embarcaciones. Los traficantes les
ordenaron que estuvieran en silencio, pero Amira no podía silenciar
los llantos de la pequeña Qamra. Todos se pusieron nerviosos,
intentaron enrollarla en una manta para darle calor, pero mientras lo
intentaban, aquel turco enorme de bigote otomano, tomó la manta con
la niña dentro y la lanzó al agua ante los ojos atónitos de
cientos de personas exhaustas y empapadas y los gritos de una madre
desesperada, testigo del trágico final de su pequeña. Mientras la
manta desaparecía entre las olas, algunas personas sujetaron a
Amira, que se rebelaba con todas sus fuerzas, para que no se lanzara
al mar. Unas personas que no querían que tantos meses de travesía,
sufrimiento y dolor, se echaran a perder, ahora que estaban tan cerca
del final de su sueño.
El Domingo 3 de abril de 2016, cinco meses después de salir de
Afganistán, cuatro policías enormes con gasas que les protegían la
boca y la nariz, con unos fríos guantes de látex y tratándolas
como a apestadas, cogían a Kaled, Amira y Nahir del brazo y los
empujaban a otro barco que los devolvería a Turquía. Volverían a
cruzar ese mar, esa gran fosa donde habían perdido a Qamra casi dos
meses atrás. Deshaciendo su travesía, deshicieron sus esperanzas e
ilusiones, pero se resistían a aceptar la injusticia con la sumisión
que se le presupone a un refugiado. No querían acostumbrarse a
olvidar, habían perdido demasiado ya.”
Datxu Peris y Rafa Tristán
*Esta historia nos la contó Toni Carrión que decía haberla oído en la radio.
Datxu Peris y Rafa Tristán
*Esta historia nos la contó Toni Carrión que decía haberla oído en la radio.
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